Corría el año 2009. Hacía poco más de 70 días que había fallecido el hombre más importante en mi vida: mi padre. Se presentaba otra Semana Santa en Sevilla. Sin duda, iba a estar marcada por su ausencia, sabía que iba a ser una semana dura, pero también estaba convencido de que, siguiendo sus consejos, la iba a intentar vivir intensamente. Lo que no sabía es que iba a encontrarme con momentos inolvidables.
El Martes acepté la invitación su/nuestra querida Hermandad de Santa Cruz de ocupar su lugar como miembro de junta que era, me tocó ir en la presidencia del paso del Stmo. Cristo de las Misericordias. Detalle por el que siempre le estaré agradecido a su/nuestra Hermandad.

El Miércoles, viendo su hermandad del Baratillo por la Avenida entendí por qué tenía tanta pasión por su niña bonita, La Piedad. Y el Viernes tenía una cita a la que no falté (y a la que no falto ningún año) seguir a su querida Hermandad de Montserrat, recordando aquellos tiempos de mi niñez, en los 80, en que, tras pasar la última por carrera oficial, íbamos en familia a acompañar gran parte del recorrido de vuelta al Cristo de la Conversión.
Y he dejado para el final el Lunes, ese lunes que en mi casa tiene nombre propio: Redención. Tras haber visto a su/nuestra hermandad en diversos lugares, el punto y final lo iba a poner viéndola en la calle Cardenal Cervantes. Allí iba a ocurrir algo a lo que no quiero buscarle una explicación, ya que la vida no está para entenderla, sino para vivirla.
El gran maestro, compositor y director de la agrupación, Emilio Muñoz Serna, compuso en 2005 una maravilla de marcha dedicada a su padre, también tristemente fallecido. Tuve la suerte de pertenecer a AM Redención durante 3 años maravillosos, y ni que decir tiene, que cuando soplaba en mi trompeta y aportaba mis acordes a esa marcha (y aunque eran años en los que aún vivía) me tomaba la licencia de también acordarme del mío.
Pero volvamos a Cardenal Cervantes, allí estaba el paso de NP Jesús de la Redención, anclado a pocos metros de la calle Santiago. Se avecinaba una prometedora revirá. El capataz llama, los costaleros realizan la levantá y Emilio que en ese momento me mira y avisa a los componentes y les chiva: «Padre«. Esa era la marcha que iban a interpretar.
Me considero una persona que intenta aplicar siempre lo racional para analizar cualquier suceso, pero eso no significa que no sea consciente del misticismo que desprenden algunos momentos. Se como funcionan las bandas y agrupaciones musicales. Desde días antes de una salida procesional, por lo general, se sabe que marchas se van a tocar durante el recorrido y en que lugares se van a tocar. Estoy seguro que esa marcha sonó porque venía así marcada en el itinerario y no porque yo estuviese allí. El hecho de que a Emilio le diese por mirar en ese momento a su derecha y encontrarme entre el público no es mas que fruto de la casualidad, causalidad… o quien sabe…
A los pocos días, el Jueves, cuando me encontraba viendo Monte-Sión tuve la oportunidad de decírselo y hacerle saber, que sin él saberlo, me había hecho muy feliz.
Insisto, no hay nada que comprender, solo vivirlo, saborearlo y sentirme afortunado de haber vivido ese momento. Porque la vida es dura, te da muchos reveses, demasiados, pero no es menos cierto que, de vez en cuando, muy de vez de en cuando, te sorprende con una maravillosa revirá.
