Todavía tenemos el amargo regusto a hiel en la garganta debido a la Semana Santa pasada, que ni el mejor de los inciensos ha sabido disipar, cuando recibimos el duro, aunque esperado, y poco deseado mazazo en forma de noticia por parte del Arzobispado a cerca de la suspensión de las salidas procesionales para el próximo año. Ya escribí durante el confinamiento que la suspensión de las cofradías no es lo mismo que la suspensión de la Semana Santa. Esta última no se suspende al igual que tampoco lo hace nuestra Fe. Este año, que entra ‒y mucho me temo‒ será, posiblemente más duro si cabe que el año que “arría” a golpe de seco y bronco llamador. El anterior sufrimos un confinamiento al que ninguno de nosotros estábamos acostumbrados. Fue una chicotá dura, valiente, sin música, de costaleros “bregaos” en el oficio y aunque los kilos fueron algo llevaderos aquello hizo mella en nuestro semblante. Pero previendo un futuro poco nítido el que se avecina. Este será un año, o al menos eso creo, bastante distinto, debido a la permisibilidad de movimiento. Podremos en cierta medida disfrutar de eso que tanto nos gusta a los sevillanos y sobre todo a los cofrades de a pie, y que es echarnos a la calle y disfrutar de la cuaresma, de nuestras tertulias en los bares, rodeados de una cerveza y una tapa de espinacas con garbanzos o de soldaditos de pavía, visitar templos, asistir a cultos, ya que los ensayos, las igualás, y escuchar el sonido de las bandas en la calle, me temo que eso es, o más bien será harina de otro costal.
Haremos colas que serán interminables debido a la renombrada una y mil veces distancia de seguridad para admirar con devoción a nuestros titulares. Lejos quedarán aquellos multitudinarios besamanos y besapiés. Si nos lo permite la autoridad competente asistiremos a cultos internos y actos cuaresmales con nuestros trajes recién planchados a juego con nuestras inseparables mascarillas y nuestros dichosos geles y todo esto a golpe de codazos (con lo que nos gusta un abrazo y un beso a los cofrades) Aunque el problema, y si digo problema, es porque nuestro corazón no entiende de pandemias, entiende de emociones, será cuando amanezca un nuevo y esperado Domingo de Ramos y nos asomemos al balcón y saquemos la mano por este, como buenos meteorólogos expertos en lluvia en esa semana. Entonces ha de ser cuando se haga más fuerte aquello de “Toma tu cruz y sígueme”. Será duro el no ver niños vestidos de estreno, jugando en la “rampla” del Salvador, al vendedor de globos, al del carrito de algodón, el escuchar por la radio que la Cruz de guía de la Paz está ya en la calle y un mar de capirotes blancos que vendrán desde San Juan de la Palma con sones de “Amarguras” Todo un largo etcétera preparado para el gran teatro de la vida que se dispone a comenzar. Ahí es cuando tenemos que tener paciencia, y sobre todo Fe. Es cierto que la cabeza va a tener que hacer acopio de templanza y serenar el ánimo del corazón de cada uno de nosotros.

Túnicas, antifaces, costales, fajas, mantillas, peinetas…Todo quedará sumido en un largo letargo, que durará lo que dure la pena. O como dijo el poeta Rafael Montesinos “Hoy la memoria escoge el camino más corto para herirme” y lloraremos pensando que la vida dura una semana. Quedarán esperando en el armario hasta la próxima Semana Santa del siguiente año con el anhelo y la emoción contenida. Deseando que llegue dicho momento en el que el tiempo lo permita (que esa es otra) y que no se vuelvan a suspender más salidas procesionales, les deseo más que un feliz año nuevo, una buena estación de penitencia, porque buena falta nos va a hacer.
J. Gandul
